Aquí estoy, después de todo.
Llama del mechero.
He crecido tanto contigo que ahora me veo sola ante el
tiempo (que cada vez pasa más y más lento a corta distancia, o más rápido con
visión de futuro) y me hago pequeñita ante el peligro, me da miedo el mundo, y
me temo que acabaré convertida en un muñeco cualquiera que sólo mira desde
abajo cómo la vida sigue ahí arriba.
Primera calada. Pausa. Continúa la pausa. Pausa larga. Muy
larga. Híbrido entre boca suspirando y boca echando el humo.
Tengo la jodida cabeza llena de tantos momentos…
tantos como
personas habrá en esos festivales a los que íbamos a ir juntas. Festivales que
ocurrirán como tienen que ocurrir, pero nosotras no estaremos para comprobarlo. Comprobarlo, y tener la música y no los pensamientos en la cabeza, y reírnos.
Reírnos nosotras y reírse el amor.
Sí, el amor. Tan grande como debería ser a
estas alturas, o como lo es, o como llegó a serlo (que no es poco). Ese algo
completamente lleno de bondad, compartiendo con nosotras porro y risas al pensar
en que algo tan sucio como el odio hubiera siquiera pretendido acabar con él.
¿Cómo estará ahora? Ese amor que reiría con nosotras si todo
esto que estoy vomitando no existiera, si nosotras riéramos juntas.
Creo que me
lo imagino tirado, alguien a quien acaban de atracar, pero nadie lo ha visto ni
pasa por ahí para salvarlo.
Decepcionado,
sintiendo que ya no consigue lo único
que sabía y quería realmente hacer (reír). Reír pero no una risa cualquiera. No
hablo de una risa de chiste, chiste graciosísimo, chiste de me alteras tanto
que primero me río y luego analizo lo que has dicho y que posiblemente no tenga
tanta gracia y me ha hecho quedar mal, o chiste rematadamente malo que te hace
soltar un poco más de aire de lo habitual, y luego estallar.
Hablo de una risa
como descripción de una rutina diaria.
Hablo de hablar con risas.
Hablo de una
risa en el corazón, no en la boca.
He estado viendo fotos.
Más que viéndolas, he estado
mirándolas. Pasándolas rápido delante de mis ojos para pensar y romperme menos,
pero rompiéndome igualmente al recordar todo lo que cada foto conlleva.
Al
recordar que había conseguido ser feliz sin saberlo completamente.
En estos
momentos pienso en lo irónica que es la vida: en aquel presente, ahora pasado,
tenía tanta ilusión por la vida y por la gente, tantas esperanzas y ganas de
conocer, que me pasaba el día fotografiando todo y replicando que es algo
genial para inmortalizar la felicidad de ese momento.
Momento. Esa palabra es
la clave de muchos quebraderos de cabeza. Un momento es algo que tenemos
continuamente pero a la vez siempre lo perseguimos, o lo que es peor, lo
anhelamos. Yo por lo menos soy muy dada a perder el ahora pensando en el ayer,
y por eso ahora odio esas fotos. Odio la certeza con la que afirmaba que lo
mejor que se podía hacer es llenar tu vida de recuerdos, como si no tuvieras ya
demasiados con los de tu cabeza.
Y aquí estoy, apagando el cigarrillo en el cenicero (si me
quedo con las ganas de apagarlo en tu cara en esa foto de fotomatón que llevo
en la cartera, es por respeto a la fotografía y al pasado, no a ti).
¿Recuerdas que me enseñaste a fumar? Eso ya es una conexión
de por vida.
Otra conexión más, como si fueran pocas las que tenemos y/o
teníamos (son el número perfecto para vivirlas, pero el más jodido para
olvidar).
Hay conexiones que no establecemos nosotros, si no esos códigos no
escritos en los que nos respaldamos cuando tenemos razones que son lo
suficientemente sólidas en nuestra cabeza, pero que se derriten en cuanto
empezamos a convertirlas en palabras.
Y bueno, eso. Eso que es un poco de todo lo que me aprieta
el corazón, pero que no es nada.
Que no te echo de menos, pero nos echo de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escupe.