sábado, 10 de agosto de 2013

todo lo que tengo que no decirte.

Aquí estoy, después de todo.
Llama del mechero.
He crecido tanto contigo que ahora me veo sola ante el tiempo (que cada vez pasa más y más lento a corta distancia, o más rápido con visión de futuro) y me hago pequeñita ante el peligro, me da miedo el mundo, y me temo que acabaré convertida en un muñeco cualquiera que sólo mira desde abajo cómo la vida sigue ahí arriba.

Primera calada. Pausa. Continúa la pausa. Pausa larga. Muy larga. Híbrido entre boca suspirando y boca echando el humo.

Tengo la jodida cabeza llena de tantos momentos… 
tantos como personas habrá en esos festivales a los que íbamos a ir juntas. Festivales que ocurrirán como tienen que ocurrir, pero nosotras no estaremos para comprobarlo. Comprobarlo, y tener la música y no los pensamientos en la cabeza, y reírnos. 
Reírnos nosotras y reírse el amor. 
Sí, el amor. Tan grande como debería ser a estas alturas, o como lo es, o como llegó a serlo (que no es poco). Ese algo completamente lleno de bondad, compartiendo con nosotras porro y risas al pensar en que algo tan sucio como el odio hubiera siquiera pretendido acabar con él.
¿Cómo estará ahora? Ese amor que reiría con nosotras si todo esto que estoy vomitando no existiera, si nosotras riéramos juntas. 
Creo que me lo imagino tirado, alguien a quien acaban de atracar, pero nadie lo ha visto ni pasa por ahí para salvarlo. 
Decepcionado, 
sintiendo que ya no consigue lo único que sabía y quería realmente hacer (reír). Reír pero no una risa cualquiera. No hablo de una risa de chiste, chiste graciosísimo, chiste de me alteras tanto que primero me río y luego analizo lo que has dicho y que posiblemente no tenga tanta gracia y me ha hecho quedar mal, o chiste rematadamente malo que te hace soltar un poco más de aire de lo habitual, y luego estallar. 
Hablo de una risa como descripción de una rutina diaria. 
Hablo de hablar con risas. 
Hablo de una risa en el corazón, no en la boca.

He estado viendo fotos. 
Más que viéndolas, he estado mirándolas. Pasándolas rápido delante de mis ojos para pensar y romperme menos, pero rompiéndome igualmente al recordar todo lo que cada foto conlleva. 
Al recordar que había conseguido ser feliz sin saberlo completamente. 
En estos momentos pienso en lo irónica que es la vida: en aquel presente, ahora pasado, tenía tanta ilusión por la vida y por la gente, tantas esperanzas y ganas de conocer, que me pasaba el día fotografiando todo y replicando que es algo genial para inmortalizar la felicidad de ese momento. 
Momento. Esa palabra es la clave de muchos quebraderos de cabeza. Un momento es algo que tenemos continuamente pero a la vez siempre lo perseguimos, o lo que es peor, lo anhelamos. Yo por lo menos soy muy dada a perder el ahora pensando en el ayer, y por eso ahora odio esas fotos. Odio la certeza con la que afirmaba que lo mejor que se podía hacer es llenar tu vida de recuerdos, como si no tuvieras ya demasiados con los de tu cabeza.

Y aquí estoy, apagando el cigarrillo en el cenicero (si me quedo con las ganas de apagarlo en tu cara en esa foto de fotomatón que llevo en la cartera, es por respeto a la fotografía y al pasado, no a ti).

¿Recuerdas que me enseñaste a fumar? Eso ya es una conexión de por vida. 
Otra conexión más, como si fueran pocas las que tenemos y/o teníamos (son el número perfecto para vivirlas, pero el más jodido para olvidar). 
Hay conexiones que no establecemos nosotros, si no esos códigos no escritos en los que nos respaldamos cuando tenemos razones que son lo suficientemente sólidas en nuestra cabeza, pero que se derriten en cuanto empezamos a convertirlas en palabras.

Y bueno, eso. Eso que es un poco de todo lo que me aprieta el corazón, pero que no es nada.

Que no te echo de menos, pero nos echo de menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escupe.